Visita las catacumbas de Palermo

En este peculiar museo de difuntos, todo sigue un orden. Los cuerpos están ordenados en hileras. Hay pasillos solo de hombres o de mujeres. Los niños tienen espacio aparte, también las vírgenes, ataviadas con lo que en su época fueron inmaculados vestidos blancos. En algunas galerías hay familias enteras y otras están destinadas a profesionales: médicos, jueces o militares que aún visten sus uniformes.

Su nombre era Rosalía Lombardo y murió en 1920 cuando apenas tenía dos años. Su padre, destrozado, quiso inmortalizarla y recurrió a un químico para que la embalsamara. El suyo sí que es un sueño eterno, porque casi cien años después de su fallecimiento la pequeña Rosalía tan solo parece estar dormida. No puede extrañar que se la haya calificado como la “momia más hermosa

Lo que es cierto es que los que en su momento eligieron este como su lugar de descanso eterno poco podían imaginar que acabaría convirtiéndose en atracción turística. Las catacumbas fueron originariamente lugar de entierro de los monjes capuchinos, y fueron ellos los que descubrieron como los cuerpos se conservaban en ellas en perfectas condiciones.

Durante años solo los monjes lo utilizaron como lugar de entierro. Pero con el tiempo las clases pudientes de Palermo empezaron a pedir que sus fallecidos fueran depositados y embalsamados aquí. Así fue como llegaron a acumularse en las catacumbas los ocho mil cuerpos que hoy reposan en ellas.

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